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El día después de la crisis del virus

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Se está ante una crisis sin precedentes, por ser la primera pandemia global.

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Siendo así las cosas, se aprende sobre la marcha, sin libreto conocido. Y esto vale tanto para las respuestas sanitarias (máxime no existiendo aún vacunas para el virus) como para las respuestas económicas y financieras.

No todos los países pueden aplicar las mismas recetas, porque no todos tienen la misma espalda. Me refiero a la situación fiscal, a la deuda, al desarrollo del mercado de capitales, a la moneda. Por ejemplo, no se puede pretender que un país que no ahorró cuando pudo y debió hacerlo, aplique ahora políticas “contra cíclicas” del porte de las que aplican aquellos que sí ahorraron. Dicho sea de paso, ahora que estamos por discutir una regla fiscal, su aplicación debe comenzar en la fase alta del ciclo, ahorrando.
Esta crisis no es un período entre paréntesis del que se sigue tal como se entró a él. Hay países, sectores, empresas y hogares que saldrán golpeados.
Habrá un antes y un después por varias razones. Destaco que las nuevas formas de trabajar y estudiar que se están haciendo masivas, habrán llegado para quedarse y se adelantarán los tiempos de su aplicación más amplia, que era de todos modos inexorable. Esto requerirá actualizar la legislación laboral para hacerlo viable en tiempos de normalidad, coadyuvando al aumento de productividad que implica. También se deberá mejorar el diseño del sistema de protección social, pues quedaron en evidencia áreas a las que no llegaba.

Todo lo dicho hasta acá vale a nivel global y también a nivel de cada país, incluido el nuestro. Pero en el caso de Uruguay, hay otros elementos relevantes a tener en cuenta.

Uno, la pandemia se dio justo al inicio de un período de gobierno. Esto tiene pros y contras y el balance depende de cómo lo gestione el gobierno, que aquí y ahora lo viene haciendo bien. De algún modo implica correr el inicio real del gobierno (agenda, políticas, metas) pero eso no implica necesariamente perder el tiempo. El gobierno no debe ser absorbido por la pandemia y en la medida de lo posible debe seguir adelante con sus planes, como parece que lo hará en el caso de la LUC.

Dos, este año habrá una caída importante en el PIB y si todo sigue como se estima a nivel mundial, en el próximo habrá una recuperación también importante. Pero algún punto del PIB “quedará por el camino” de manera permanente y lo mismo habrá de ocurrir con el empleo.

Tres, la pobreza quedará aumentada y quizá la informalidad también. Mantener la ayuda a hogares vulnerables y pequeñas empresas tendrá un costo fiscal que no se extinguirá en una fecha cierta.

Cuatro, por lo dicho en los dos puntos anteriores, la situación fiscal con la que se saldrá será peor que aquella con la que se entró, que ya era delicada (5,6% del PIB a febrero, con ajustes por factores extraordinarios) y también se saldrá con más deuda de la que se entró, que ya nos tenía complicados con su calificación.

Cinco, en ese contexto se va a volver a plantear la necesidad de subir impuestos. Y, con más convicción aún que cuando lo planteé el año pasado, insisto en que el IVA deberá ser aumentado y más generalizado. Es el impuesto que menos afecta a la inversión (ya que exonera el ahorro y es neutral en la asignación de recursos) y a la exportación y, por lo tanto, al crecimiento.

Seis, quizá habremos perdido el grado de inversión, pero eso no será un problema en un mundo de tasas casi nulas y con abundante liquidez… en la medida en que nos diferenciemos con buenas políticas que convoquen a la inversión extranjera directa. Para ello es clave avanzar con la LUC, después con el Presupuesto y luego con la reforma previsional, además de mejorar nuestra inserción externa.

Siete, nuestros vecinos seguirán dándonos dolores de cabeza. Argentina, incorregible, saldrá maltrecha porque su gobierno ha encontrado en la crisis la excusa para aplicar lo peor del vademécum peronista. Y Brasil, posiblemente transitará por tiempos políticos complicados que suelen ser la antesala de complicaciones para la economía.

Ocho, el día después seguiremos teniendo una inflación cercana a 10% y reglas de indexación en la negociación salarial, que se retomará entonces.
Si esto no cambia, dará lugar a un proceso más doloroso de ajuste del empleo, que se inició en 2015 y se está agravando (en parte de manera permanente, insisto) en estos días.

Nueve, esa inflación alta será un incentivo enorme para que los capitales golondrina (carry trade, en la jerga) vuelvan a estas costas y valoricen espuriamente al peso uruguayo, una vez más, cuando se lo necesita depreciado para que el sector exportador cinche a una economía empantanada.

En fin… el día después no será una fecha, será un proceso y dependerá de cada quién. La misma gradualidad con la que el gobierno, acertadamente, va administrando en dosis su medicina, será necesaria luego para conducir el proceso hacia la normalidad. Que no necesariamente implicará volver a la normalidad anterior, y que quizá se trate de conducirnos hacia una nueva normalidad, diferente a la previa a la crisis del virus, que pueda ser también una nueva oportunidad para tomar el impulso que un día tuvimos, hasta que nos dormimos en los laureles, en una siesta que lleva demasiado tiempo.

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