El primero de febrero, el presidente Donald Trump tuiteó: “Hoy he implementado un arancel del 25% sobre las importaciones procedentes de México y Canadá (10% sobre la energía canadiense) y un arancel adicional del 10% sobre China”. A los pocos días hubo una marcha atrás, al menos temporal, luego de charlas entre los respectivos presidentes, amenazas de represalias y promesas en frentes no comerciales.
No es un déjà vu: ya vimos este tipo de anuncios en la pasada administración Trump. En marzo de 2018, tuiteó: “Cuando un país (USA) está perdiendo miles de millones de dólares en el comercio con prácticamente todos los países con los que hace negocios, las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar. Por ejemplo, cuando tenemos un déficit de 100 mil millones con un determinado país y se ponen listos, dejamos de comerciar - ganamos en grande. ¡Es fácil!”
Más allá de fanatismos pro o anti proteccionistas, este es un momento oportuno para repasar algunas ideas básicas sobre la fijación óptima de aranceles y las guerras comerciales. Un país puede encontrar conveniente fijar un arancel positivo, pero las razones para ello son más sutiles de lo que se suele pensar y dependen de su capacidad para influir en los precios internacionales.
Por un momento, olvidemos las represalias de los socios comerciales. El punto clave a entender es que, a diferencia de Uruguay, un país grande no tiene por qué tomar los precios de importación como dados, sino que puede afectarlos en función de su demanda. Si impone un arancel, reducirá su demanda de importaciones, lo que puede hacer que el precio mundial del bien caiga. Si esto sucede, mejorarán sus términos de intercambio (la relación entre el precio de las exportaciones y el precio de las importaciones), ya que pagará menos por los productos importados, aunque internamente los consumidores paguen más.
Para evaluar si esto es conveniente, hay que considerar tres efectos principales del arancel. Primero, el mencionado impacto en los términos de intercambio, que mejora el poder de compra del país. Segundo, el ingreso fiscal que se genera para el gobierno. Tercero, las pérdidas de eficiencia derivadas de la reducción en el volumen de comercio y las distorsiones en la producción y el consumo. Para un país grande, es posible que los beneficios de los dos primeros efectos superen los costos del tercero.
En su versión más sencilla, la teoría del comercio internacional indica que el arancel externo óptimo es el inverso de la elasticidad-precio de la oferta de exportaciones extranjeras. Si los países exportadores tienen pocas alternativas para vender sus productos y continúan exportando cantidades similares a pesar de la caída del precio (es decir, su oferta es inelástica), entonces el país grande puede fijar un arancel, provocar la reducción del precio internacional del producto importado y mejorar sus términos de intercambio con un costo relativamente bajo en términos de eficiencia. Esta misma intuición explica por qué un país pequeño como Uruguay no puede beneficiarse de un arancel positivo: no podrá afectar los términos de intercambio y solo sufrirá las pérdidas de eficiencia.
Con esto en mente, podemos releer los anuncios de Trump. ¿Es Estados Unidos un país grande en el comercio internacional? Sí, especialmente en relación con México y Canadá. De esta manera, un arancel de los Estados Unidos podría reducir la demanda de bienes exportados por estos países, presionar a la baja sus precios internacionales, mejorar los términos de intercambio para Estados Unidos y aumentar los ingresos fiscales. Si México y Canadá tienen una oferta suficientemente inelástica (es decir, pocas alternativas para colocar sus exportaciones), podría darse que los beneficios del arancel superen sus costos en términos de eficiencia. Esto, en la teoría.
Quienes deseen profundizar pueden recurrir al artículo de 1953 de Harry Johnson, Optimum Tariffs and Retaliation. Desde hace más de 70 años, en Economía se considera demostrado teóricamente que un país grande puede beneficiarse de aranceles óptimos si no hay represalias. Las guerras comerciales aumentan los costos, aún fijando óptimamente los aranceles, por lo que la estrategia de empobrecer al vecino puede terminar volviéndose en contra del propio país. No obstante, también es cierto que Johnson demostró que, si las elasticidades son suficientemente diferentes, un país grande podría ganar una guerra comercial.
La experiencia empírica muestra que los aranceles rara vez se han fijado en sus niveles óptimos. Más aún, las guerras comerciales generalmente han traído efectos indeseados para la mayoría, encareciendo los productos para los consumidores y afectando la producción local al incrementar el costo de los insumos importados. En definitiva, la teoría ofrece distintos escenarios que pueden racionalizar los anuncios del presidente Trump, aunque la experiencia lleve a dudar de ello, mirar con preocupación el escenario comercial internacional y el derrame que puede generar en Uruguay.